domingo, 2 de diciembre de 2012


Con los santos no se juega *

Neirlay Andrade

Fotografía de Ambrosio Plaza
—Dos rondas generales y una pregunta por cada tanda. Pica en tres las cartas. No cruces lo brazos, por favor. Para ti sale dinero y fortaleza económica; algunos contratiempos personales, algunas dudas, algunas indecisiones con respecto a la parte laboral…
—Una pregunta…
— ¡No! Todavía no.
Jesús atiende en un piso tres. En el uno hay un montón de velas arrumadas. En el dos, una docena de potes de gasolina vacíos. Al tercero se llega por una estrecha escalera de hierro. El techo es de zinc. Unos bancos de madera sirven de sala de espera. Improvisados restos de latón frenan el avance del sol en la pequeña platabanda. Abajo la avenida Baralt y su locura de cornetas.
—Hay una mujer morena clara, un poco delgada, que sale con malas intenciones hacia ti. También hay un pequeño descontrol, ¡pero ojo; no es brujería!
Son tres cubículos. Los cubren viejas telas descoloridas. “Favor, no entrar si la cortina está cerrada” es la primera advertencia. La segunda es más decisiva: “La casa no se hace responsable de los trabajos no cancelados”.
Una Santa Bárbara negrísima de polvo vigila a los clientes que tímidamente (al principio) se van haciendo un lugar en los bancos. Luego vienen los cuchicheos y los más aventureros revelan confidencias. La pregunta de rigor que inaugura la conversa es: ¿has venido antes?
—Lo llamo pequeño descontrol. Es como un sentimiento superior.  Acaso una obsesión. ¡Contrólate, chica! Las cosas cambiarán a favor tuyo. No se trata de algo esotérico, ¡es física! Si dejas de pensar tanto… ocurre y punto.
El cortejo de estatuillas la sigue el Negro Felipe, el Cacique Guaicaipuro, María Lionza, El Nazareno… “Ese de allá es San Onofre, sirve para el trabajo —explica una mujer con rostro agotado que se rasca una y otra vez la cabeza— y ese de allí es San Lázaro, para los animales. Aquellos de los cuadros son las Siete Potencias ¿las conoces, no?”.
—Otra vez sale dinero para ti. Una firmeza y una fortaleza. La carta de El Loco es el descontrol. La carta de El Diablo son las dudas. Trata de corregir tus pensamientos, tus deseos, tus ganas… ¡Bájale dos, mujer! Imprímele menos velocidad a lo que quieres para que ocurra.

Jesús de Valencia

Jesús tiene 44 años. Viene de Valencia. Anda en camiseta y jeans. Usa zapatos Nike. Flaco, con músculos contorneados y un cuidadoso corte rematado con mucho gel fijador. Habla rápido y abruma con las preguntas a sus clientes.
Tercera advertencia: “La consulta se realiza con cartas o tabaco. Si la quiere con tabaco debe traer el mismo”.
Mientras fuma, revisa el celular con despreocupación. Al lado de su taburete está un potecito para escupir. Se sienta en la entrada del cubículo. El cliente queda escondido en un pequeñísimo espacio debajo de la mirada de las figuritas del altar.
— ¡Ay papá! Tú, mijita, vas a tener una sorpresa sentimental bastante importante… Hay algo que tiene que ver con matrimonio o compromiso. Mira, aquí están: Los Enamorados. Veo embarazo. Entre finales de este año y principios del otro. No veo al tipo…
—Yo tampoco…
—Pero en el ínterin de octubre y enero debe haber persona, relación, estabilidad y embarazo.
Para llegar a Jesús hay que ir hasta la esquina de Plaza Miranda que da a la avenida Lecuna. Se pagan 80 Bolívares. La mitad son para el dueño del negocio; un hombre gordo que atiende en el mostrador, rodeado de matas, jabones y velas. Una ficha de madera que dice “consulta” es el pase de subida.
“Es un don”, declara mientras “prepara” las cartas. Dura pocos segundos murmurando algo ininteligible y comienza la sesión.
—La carta de La Estrella habla de renacimiento y El Mundo es un comodín: te abre las puertas para lo que quieres hacer. Tienes que tratar de no ser lo que aparentas y no aparentar lo que no eres. Sé tú misma.
Se hizo brujo de repente. “De la noche a la mañana estaba leyendo cartas, fumando tabaco; bajaban los muertos y hablan con la gente...”, dice sin ningún énfasis.
Le decían que estaba “embrujado”. Lo estafaron, vendió reloj, cadenas, sortija. Todo para pagar sus consultas y los respectivos “trabajos” que necesitaba para curarse. “¡Era mentira! ¡No tenía nada!”, sonríe y agrega: “o bueno, sí tenía algo… real pa’ la bruja”.

Ni inventamos ni erramos

— Consejo: si hay mucha rabia, escuchamos música. Si hay mucha preocupación, vemos televisión. Si hay mucha molestia, dormimos o hablamos con una amiga…Buscamos siempre una forma de darle salida a la situación, pero no caigas en el licor.
Advierte sobre los límites de su oficio: “Yo no puedo ser preciso. No tengo el libro de la vida. Los hechos son uno, pero las formas son miles. Hago esto con mucha mística, tratando de no engañar a nadie. Digo solamente lo que veo. No invento nada”.
—Necesitas entenderte tú. ¡Valórate! ¡Quiérete! Eso disipa dudas. Creas una sombra que no te permite ver más allá. Hay un ciclo que todavía no se ha cumplido y que se cierra este año: la casa de tus padres, por ejemplo.
Es brujo de lunes a jueves; de nueve de la mañana a doce del medio día. No se puede leer las cartas a sí mismo. Si prueba con el tabaco tampoco es exacto. No se consulta con nadie.
Orgullosamente cuenta que fue presidente de una Casa de la Cultura en Los Guayos, estado Carabobo. “Cuando salgo de acá soy productor musical”, apunta con coquetería.
Trabaja actualmente en un disco de rap y una serie juvenil que él mismo escribió. Tendrá 60 capítulos. Cuando la termine, “con el favor de dios y la virgen”, se “jubila” de la brujería.
“Después de que suelto tabaco y cartas, soy un ser mortal común y corriente. No tengo ni cruces, ni protecciones, ni parafernalias”, dice con solemnidad.

Si los santos quieren…

En el pequeño cuartito de consulta hay un espejo. “nada del otro mundo”, se apura a explicar; “es para que la gente se vea antes y después de que hagan lo que yo les mande. Es para que noten la diferencia.” El resto del tiempo, el espejito y un “saca cejas” son la dupla perfecta para “acomodar” detalles en la cara de Jesús.
La disposición del altar le da igual: “El día que amanezco con ganas de cambiarlos de puesto (a los santos), lo hago. Cuando quiero bañarlos, los baño (a menos que ellos no quieran y eso sí: mandan a un montón de gente a la consulta)”.
Una mujer regordeta, próxima a los cincuenta años, irrumpe con desespero en el caluroso recinto. Su cabello es amarillísimo; capas y capas de rímel cubren sus pestañas. Unas extravagantes pulseras doradas hacen de ella una bulla de paso rápido.
Respira hondo y suelta: “Que dios me perdone por venir a esta vaina… pero el mismo altísimo dice: ayúdate que yo te ayudaré”. Después de dar su versión libre de la flexibilidad del catolicismo suspira y agrega: “no puedo vivir más con esta zozobra”.
Es su turno. Corre con sus tacones de 10 centímetros y comienza la escena:
—Mi marido me engaña con la mujer que trabaja en la casa.
Jesús inicia su ceremonia (“Según este tabaco…”). ¡Oh, sorpresa! No hay cachos esta vez. La mujer no lo cree así. Se levanta arrecha y se larga.
Más digno que nunca, Jesús dice: “Yo no soy una emisora de radio. Yo no digo lo que quieren escuchar. Yo no complazco a nadie… ¡Hoy estoy más brujo que nunca!”.
Más que nunca: Una mujer con una bolsa llena de ganchos de ropa aguarda cabizbaja. No frecuenta estos lugares: “sólo compro mi jaboncito y me echo mi baño con fe”. Pero esta vez se trata de un hijo (o al menos eso dice).
La mujer de todo-se-hace-con-fe cuenta rápido el problemita a Jesús: su chamo se fue de la casa con la novia. Asegura que es una mala mujer y quiere que el pichón vuelva.
Comienzan las bocanadas de humo. Al parecer, al chamo no le va tan mal, es “bueno” y no anda en drogas. Jesús da consejo: déjalo en paz. Ella insiste. De pronto, la sorpresa a mitad de tabaco:
— ¡Crees que soy estúpido!
—¡Disculpe, señor!
La mujer se levanta avergonzada; sale llorando (olvida los ganchos). Nada de hijos descarrilados. Quería al marido de regreso en casa.

Los muertos no reclaman

Jesús usa tarot negro ¿la razón? Fue el que entendió. Con el egipcio no le fue bien. Antes tenía unas cartas “que hablaban más bonito” y admite en voz baja: “el tabaco habla mucho más rápido conmigo”.
Lo más difícil del oficio es “decirle a la gente que no tiene nada”. Anécdota: Un señora se va a someter a una intervención delicada. Puede morir en quirófano. A ella lo único que le importa es el fulano trabajo que le montaron. Jesús le dice que para resolver la brujería que carga encima debe salir primero de la operación. Ella corre, se opera y vuelve: “Listo, qué hay que hacer ahora”. La respuesta: nada.
“Hay que saber hablar y sobre todo, hay que saber mentir”, explica Jesús tras aclarar que “la brujería es un estado mental: Hay cosas que son reales. Hay cosas que son suposiciones y hay cosas que son mentira”.
También está lo duro de la cita ineludible. Jesús la resume así:
—Va a morir pronto.
— ¿Qué hay que hacer?
—…
—¿Cuánto hay que pagar?
—…
¿Se aflige Jesús por esto? No. Repite: “tengo mi terapia: soy brujo de nueve de la mañana a doce del día”. Además, “el muerto jamás viene a reclamar que me equivoqué” y agrega en tono menos burlón: “La brujería no es mentira, es real. Yo sí que soy real. Trato de ser justo”.
Unas últimas palabras:
—Hazte un favor…
— ¡Claro!, usted no más mande.
—No creas tanto en brujería. No te consultes para que no te contaminen. Y una última cosa…
— ¿Diga?
—Aléjate de mí.
Siguiente, por favor…

* Publicado en la revista Épale Nº 10. Domingo 01-12-2012, Pág. 9-12