Libreros bajo el Puente
ENTRE RILKE Y CORÍN TELLADO*
Neirlay
Andrade
Rilke
para divorciadas
Orietta
se divorció. Estudiaba artes plásticas en la Cristóbal Rojas.
Nació en Barcelona (Anzoátegui). Recuerda su separación mientras mira un punto perdido
en la acera de enfrente. Pelo rojo, boca roja y ojos delineados. “No
tenía nada; nunca había trabajado”, dice. Nombra a un señor,
murmura (un apodo, quizás) bajito, muy bajito, y con la cabeza en
otra parte susurra: “me consiguió un puesto”.

Es
una de las “señoras” del puente de la Fuerzas Armadas. Su nombre
es italiano, “con doble T”, precisa; su apellido es Pérez.
Lentamente
enumera la lista de sus venezolanos más vendidos: “Memorias
de Mamá Blanca;
los de Julio Garmendia; los de Arturo Uslar Pietri; Rómulo
Gallegos…”. Los libros de autoayuda son el pan diario: “ése,
el de la vaca”.
Hay
libros que Orietta ha escondido. Se ríe y dice: “están en mi
biblioteca”. No quiere dar títulos. Lamenta no estar lista para
preguntas. Finalmente cede y alza la voz: “¡Rilke, Rilke!”
Cartas
a un joven poeta
es la joya guardada. Orietta no sabe del culto maldito que la
academia tiene por Rilke. No sabe del asombro que siente un pendejo
cuando lee: “lo bello es el comienzo de lo terrible…”. Ella
sólo sabe que “casi no se consigue”.
Para
Rilke, la pregunta por la literatura era muy fácil "¿Debo
yo escribir?";
la respuesta de Orietta fue un “sí, debo” (vender libros; no
escribirlos). La vida ha pasado: “Ya estoy como agotadita”,
suspira.
Resistencia
a punta de flores
La
Resistencia
Literaria
inicia con flores. El primer kiosco abre antes de la siete. Está a
un costado de la avenida Urdaneta. Una decena de motos lo rodean.
También está el carrito Jugo
de naranja bien frío… Alberto.
De
un lado de la avenida, sentido Petare-La Pastora, están apiñados
los afiliados de Mototaxi
El
punto 2001;
del otro, Mototaxi Plaza
España
con su lema “seriedad y responsabilidad”.
Gracias
a una placa pagada por Fondo Común tenemos las señas del lugar. El
antecedente de los libreros del puente son los bomberos: “5 de
julio de 1937. Aquí se construyó la primera sede bomberil de
Venezuela denominada Cuartel Plaza España”. El resto son tonterías
del banco y su orgullo por tan insigne institución.
Son
90 kioscos y, en efecto, el primero con el que se topa un transeúnte
en la Urdaneta es el de las flores; pero el Nº1 está al comienzo
del elevado. También tiene su mensaje (menos solemne que la placa de
Fondo Común): “Favor no orinarse aaquiiii…”
Resistencia
literaria
fue reinaugurado en 2011. A la izquierda de la placa (de aquí en
adelante no se mencionarán más) está aquella frase de Nazoa sobre
los poderes creadores del pueblo y a la derecha un pasaje olvidado de
Estefanía Mosca (Yo creo que hay en mí…).
Entre
el carnaval verde-fucsia-azul-naranja-amarillo se pasea el “chamo
de las cremas”. Se trata de una mezcla que por la misericordiosa
magia de la glicerina (y un jabón no identificado) le devuelve a los
libros usados (orinados y rayados) su aura.
Un
Bolívar por Corín Tellado
Dice
la leyenda (lo asegura Wikipedia) que Corín Tellado escribió unos
cuatro mil libros. Es la española más leída después de Cervantes.
En el kiosco 53, un libro de la autora con más ventas en español
cuesta cinco bolívares. Pero eso no es todo: usted puede cambiar su
libro de la asturiana por un bolívar.
Miguel
Beomont ha vendido novela rosa los últimos 23 años. Comenzó de
ayudante y hoy en día es el único en su especie: romance, vaqueros
y policiales de los 60 y 70.
“Precios
únicos: todas las revistas a 10 y las novelas a cinco. Los
suplementos en español a 30 Bs. y en inglés a 50”, aclara.
Toma
algunas de sus novelas más vendidas y hace la distinción: Tellado y
Carlos de Santander para las mujeres y Marcial Lafuente Estefanía,
Silver Kane y Keith Luger, para hombres.
Al
día, tan sólo en el cambio de novelas, logra cerca de 500 Bs. Su
declaración de principios es irrevocable: los libros se leen y se
cambian hasta que se deshagan.
El
moro que regaló a Shakespeare en Mérida
Arturo
es moro (o eso dice). No quiere dar su apellido. Camisa verde, barba
blanquita y lentes redondos. Ante la insistencia, lo suelta rápido:
Jaen. Lo repite tres veces y echa un repaso fugaz por la avanzada
árabe en la península ibérica:
“La
mayoría de los españoles tiene sangre árabe. ¡Nueve siglos!
¡Sabes lo que son nueve siglos! Respira y continúa: “No fueron 10
años, fueron novecientos… Y en novecientos años son muchos los
niñitos que nacen y muchas las mujeres que violan”.
El
dueño del negocio es su compadre. “Yo tengo poco tiempo —apunta—.
Él tiene como 15 años… 20 años”. Se apresura a atender a una
doña que se declara lectora voraz “y no de cualquier vaina”.
Mientras
vende seis libros a la señora-qué-fastidio-con-los-que-leen-lento,
Arturo da más señas de su travesía para llegar a las Fuerzas
Armadas:
“Yo
estoy aquí desde que me fastidié… desde que me quedé así…
torcido —señala su pierna— y tuve que hacer rehabilitación”.
El
moro despacha a la señora comedora de libros (no de cualquier vaina)
y agrega: “pa´ estar en mi casa sin hacer nada, mejor gozo aquí
porque me gustan los libros”.
Arturo
sí lee cualquier vaina, “exceptuando algunas cosas extrañas de
filosofía”, puntualiza y con su dedo señala el “estante de los
filósofos”: Desde Laocoonte
(Lessing) hasta Del
sentimiento trágico de la vida
(Unamuno) están allí y alguno que otro infiltrado también (Cantos
de
Leopardi a 20 Bs.).
La
verdad es que el “de todo” de Arturo tiene nombre y apellido:
Ciencia ficción. Los ojos le brillan, mueve más rápido las manos.
Empieza una enumeración difícil de seguir. Señala los kioscos que
tienen obras de este tipo; los critica. Pasa el dato de cuáles son
las mejores opciones de compra. Dónde están las novedades.
Es
un experto y fija posición: “Hay muchísimos y muy buenos y yo no
soy de los que lee de primerito a Asimov, porque ya Asimov se murió
hace mucho tiempo… y ya”.
Le
da una concesión breve al ruso: “Tiene buenos libros, tiene muchas
cosas muy buenas, peeero… hay gente que hace cosas diferentes”.
Lo
diferente también lo tiene precisado Arturo y es su tocayo Arthur C.
Clark —“que también se murió”—, el autor de 2001:
odisea en el espacio.
Saca
uno de los libros más caros del compadre. Una tapa verde con el
rostro de un viejo:
Borges: obras completas.
A él no le interesa el ciego argentino. Lo ha leído “sólo por
allí… de a poquito”.
Deja
la desconfianza a un lado. Arturo Jaen está listo para contar su
peor falta. Fue hace poco: “Vendí en 80 Bs. un libro que costaba
800 bolos”. Mira el tope del elevado; arriba se oyen las cornetas
de los carros: “vendí un libro de Shakespeare en 80 bolos en una
feria en Mérida”.
“Unas
obras completas, en inglés, que tenían 200 años”, precisa una
voz mucho más joven que se acerca. Se trata del antiguo dueño del
libro “regalado”. Se llama Peniel, tiene poco más de 30 años y
a su padre lo conocen como “el Fundador”.
En
el principio eran los Piñero
Óscar
Piñero se formó como librero en la esquina de Padre Sierra, a un
costado del Capitolio. Luego se trasladó al puente junto con otras
dos familias —puntualiza Peniel—, los Rodríguez y los Acosta.
“Imagínate,
yo saltaba encima de los puestos de hierro creyendo que eran grandes
montañas”, dice en un tono que transita entre lo solemne y la
burla.
Los
hermanos Karamazov “son
pesados”; El Quijote,
no.
Algunos clásicos le interesan y mueve la cabeza con signo de
aprobación, pero con poco entusiasmo. Explayado en la silla de
plástico se jacta de sus 31 años de existencia entre los tarantines
del puente. Luego rectifica y desvía la mirada: “realmente son 16;
desde que mi papá murió”.
Además
del Shakespeare regalado, Peniel cuenta con otras piezas de
colección. Ahora sí se alborota. Rápidamente se levanta para
contrarrestar cualquier duda de que su oficio son los libros usados y
saca lo mejor de su arsenal: Historia
de las revoluciones ocurridas en el gobierno de la república romana.
Escrita
en francés por Vertot. Traducida al castellano por DJ C Pacies,
intérprete real. París, 1825 (Cuesta mil Bolívares).
Hay
más; una Gramática
de
1840 y un Diccionario
bogotano
de 1885. Respira hondo y comienza la queja: “La mayoría ya no
vende libros usados. La mayoría vende libros piratas, libros
robados, libros nuevos, de librería… La tradición de libros
usados indudablemente está decayendo”.
Peniel
vende entre 20 y 30 libros al día. Los sábados llega a 50. Pero
hubo un día hace como tres años que la venta fue perfecta:
“Aquí
una vez vendí todo el puesto. En un día… ¡sí! Hace ya bastante
tiempo. Una persona estaba buscando libros para decorar. Tenía
arreglado el puesto tan bonito que la persona le llamó la atención
cómo estaba decorado y se llevó todo”.
“Quería
adornar su biblioteca y bueno…”, lanza la cifra: “siete
millones de los viejos”.
Hay
otros compradores más pragmáticos; los de cine y televisión, por
ejemplo, “traen una regla y te dicen: yo quiero no sé cuántos
libros que quepan en este espacio y que sean bonitos”. No más.
Trato hecho.
Orgulloso
de su oficio y el de los suyos, Peniel se aventura a dar sus
observaciones sobre algunas políticas que norman los espacios de la
ciudad: “Es una lucha constante para hacer entender que nosotros no
somos buhoneros”.
Al
referirse a los kioscos que ocupan actualmente los libreros explica:
“parte de este negocio es que tú tienes que permitirles a las
personas que maniobren el libro, que lo muevan, que lo toquen, que lo
observen”.
Hay
que sacar el libro de los tarantines —dice—, pero al hacerlo se
rompe “una norma que dice que los espacios recuperados no pueden
ser tomados”. Sin más explicaciones, hace su petición: “hay que
ampliar las aceras”.
Arturo
interviene en el soliloquio de Piñero y con su rostro franco
sentencia: “la alegría de buscar un libro es jurungar,
descubrir... Yo ando buscando nada y de repente…coño, el libro”.
*Publicado originalmente en la Revista Épale CCS Nº 7 11-11-2012 (Pág. 9-13) http://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&ved=0CCwQFjAA&url=http%3A%2F%2Fwww.ciudadccs.info%2Fwp-content%2Fuploads%2FEPALE-7-OK.pdf&ei=5SWlUJXiIYOS9gTdhIHoAg&usg=AFQjCNFNI8c5WNzXcSXIyOCNb8qUDakKJg