viernes, 30 de marzo de 2012

Espacio de intimidad: La casa y el recuerdo de la infancia*

En el niño que queda en nosotros, la casa
se vuelve búsqueda y reencuentro
Fundamos una casa nueva con la memoria
de la casa de la infancia.

Hanni Ossott

El hombre, que quiere hacer mundo, hace casa. La lleva consigo toda la vida y luego, con el paso de los años, después de tantas marchas y contramarchas, vuelve la mirada ¿hacia dónde? Hacia su intimidad, hacia adentro. El hombre remueve dentro de su ser y allí consigue, entre los recuerdos, aquella casa primera.

Ella

que ya no es de mí

sólo de la memoria

sólo de la muerte

sólo del dolor

Incluso ocultándonos en nuevas paredes, la más mínima señal traerá de regreso aquel primer mundo: la casa original. Las nuevas casas tendrán grietas y las resonancias de voces de la niñez se filtrarán poco a poco, hasta irrumpir y recordarnos que somos el fiel reflejo de aquella casa primigenia y un rompecabezas en el que las ausencias conviven con el ahora.

Es un proceso de búsqueda y reencuentro. Búsqueda de sí y reencuentro con lo aparentemente olvidado. Es allá en la infancia donde están nuestros mayores tesoros. Es ella fuente de la que brota nuestra vida. La casa vuelve ¿bajo qué forma? Es la imagen poética el espacio que alberga los recuerdos. Es el cuerpo en el que revive aquella infancia. La imagen es presencia. Un estar aquí y ahora. Desnudos, libres de artificios cegadores que no hacen más que extraviarnos, somos lo que Hanni llamó la primera trama[1].

Yo no sabía

que había que hacer, y deshacer

como aun tejido

fiel

a una primera y única trama.

Quien pierde la trama primera está sin resguardo. Sin ella —en palabras de Gastón Bachelard— el hombre sería un ser disperso.”

He vivido una casa crepuscular y nocturna

casa doliente

oscilante entre la melancolía y la ebriedad. [2]

“He vivido una casa…” Es un modo peculiar de relacionarse. La casa deja de ser un bien material y pasa a ser una vivencia. Ella no estuvo sólo en la casa, la vivió, y cómo no, si esta casa es la primera experiencia. Pero tampoco hay estabilidad en esta casa. Está hecha de material fugaz, como la materia que conforma los recuerdos. Es casa que oscila entre la melancolía y la ebriedad. Esta ebriedad es la entrega a las fuerzas de la noche que invaden. En reposo estamos prestos a recibir, dejamos la oposición a lo desconocido.

Vi con asombro la amenaza

recibí el derrumbe

La casa ya no es; ahora sólo es recuerdo y a él nos aferramos. Escarbamos como inexpertos; siempre a tientas, sondeamos entre la oscuridad. Las formas olvidadas van retornando, no en líneas certeras, sino en sensaciones. Así configuramos el espacio de la intimidad: algunos colores y viejas esquinas sagradas.

Esos rosados, los verdes, el fucsia intenso

de corazón

el olor en cada cuarto

(…)

la tierra, el barro, los vinos

Es la dinámica del recuerdo. La imagen de la casa es la imagen de la casa sensorial, no la de la dirección y el número. Su identidad reside en las grandes pequeñeces del día a día. Su identidad es una melodía, algún rincón especial. Por eso, el recuerdo es un tanteo en la penumbra, un aproximarse. De tal modo, la casa de Altamira no tiene nombre, pero sí la identidad que otorga la sensibilidad:

Esa casa sin nombre

sonora, febril

verde y rosada

El rememorar lo perdido no siempre resulta feliz. Estamos conformados por pérdidas y ausencias. A veces no queremos recordar y colocamos una gruesa pared entre nosotros y el pasado, entre nosotros y nuestra casa original. En el poema Memoria leemos:

Es mejor

no tener ya más memoria

para el tiempo pasado

las casas, las filigranas, los helechos[3]

Deseamos evadir la casa doliente. Olvidar los temores que acompañaron esos años. Pero siguen siendo nuestros temores y forman parte de ese océano que es nuestra intimidad. Aquella casa de temores, dolores, ausencias y muerte es alimentada con nuestras fuerzas. (…) fue para nosotros la más apropiada. La conocible, la manejable. Sus surcos estaban inscritos en nuestra sangre, aun en los exilios.[4] Aun en el exilio seguimos siendo de ella, así no queramos oír su melodía, ni oler sus fragancias. Así prefiramos el no-saber.


*Fragmento del ensayo publicado en la revista Agujero Negro. Nº6, Septiembre de 2010.

[1] Ossott, Hanni (1992); La primera trama. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

[2] Ossott, Hanni (1992); La casa crepuscular. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

[3] Ossott, Hanni (1989); Memoria. En Cielo, tu arco grande.

[4] Ossott, Hanni (1992); Prólogo. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Variaciones

Para Joussette Rivodó, por el terror de la Magnolia

*

Cuando creo nombrar al mundo, son dos los elementos que entran en tensión: mi yo, que quiere imponerse ante lo desconocido y “ser” sobre todas las cosas; pero también entra en juego mi temor: no poderme “hacer” del mundo. Es decir, enviarlo lejos con tan sólo abrir la boca y quedarme con mi pobre palabra.

*

Pero también está el riesgo, la brecha; que bien puede ser pequeña zanja o bien puede transfigurarse en oscuro abismo. Es un terror vespertino; viene a la hora de las formas inciertas. Entonces, la palabra no es suficiente y nos toca señalar con el dedo para dar fe de lo que estamos nombrando.

*

Yo no quepo en la palabra. Soy un además; el trazo después de la última letra.

*

Dice Kafka, “cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida (…) entonces no es la verdadera desesperación”.

*

Salgo al encuentro de mi cuerpo y descubro que no soy yo. Él, mi cuerpo, no es yo. Yo soy esto; soy este pronombre. En cambio él, mi cuerpo, es saliva, sangre… Me siento satisfecha; gobierno mis dos letras; extensión suficiente para poder “estar”.

*

Si mi palabra miente, si me engaña, si oculta lo que está fuera; entonces, callo y escarbo.

*

Digo palabra y empuño un cuchillo; rasgo el vacío. No se trata de violencia; es un conjuro: la epifanía del mundo tras la herida que dejo.

*

Pero las cosas están acechando. Ante ellas la palabra es tímida, débil: siempre habrá un domingo con un verde del que no podremos hablar.

*

Todo está dado y, sin embargo, el vacío.

*

¿Podré, alguna vez, develarle a alguien la imagen que ha visto toda su vida?

domingo, 11 de marzo de 2012

Del relato o lo que ya fue: del movimiento de Blanchot a la esfera de Cortázar*

Dice Maurice Blanchot, "el relato no es la relación de un acontecimiento, sino ese mismo acontecimiento". ¿Qué se oculta tras esta observación? El problema del relato, esto es, su temporalidad: aun cuando el relato sea la narración de lo que ya fue, su existencia no es el pasado, sino la transformación de éste (metamorfosis) en el presente, que es, y no de otro modo, el relato en sí.

Decimos problema porque esta visión sobre el relato es riesgosa: los tiempos verbales —sólidas islas— se ven trastocados por un movimiento impreciso. Tal es el movimiento del relato que va hacia un punto que parece haber sido alcanzado, pero que a su vez posibilita lo que será.

En otras palabras es un avanzar, que parece recuerdo, evocación, mirada hacia atrás y todo con la ansiedad de “ser”, pues, lo repetimos, el relato es en ese movimiento y no existe fuera de él.

Y aún más, sólo del movimiento —dice Blanchot— extrae el relato su atractivo, tanto así que no puede siquiera “comenzar” antes de alcanzarlo.

El relato es lo que ya fue. Pero aún cuando esta premisa sea escrita en pasado (ya fue) la realización del relato sólo es posible en este gerundio (en el movimiento): el relato —agregamos— se está haciendo a sí mismo, haciendo real lo que ocurrió, en una mecánica perfecta en la que ya nada queda fuera del relato; ya nada fuera de él es real. Esto lleva a Cortázar a sentenciar: Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí. El relato da su regla y no acepta ficciones fuera de ella.

Es este momento de plena libertad en el que el relato es y ya no tiene otro asidero que él mismo. Esto que Julio Cortázar llama la autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón en la pipa de yeso.

La libertad del relato está en su capacidad de hacerse (ésta es su pretensión). Su autarquía consiste en producir lo que narra, en lograr la perfecta conjunción entre la realidad que describe y la realidad del propio relato.

Ahora bien, regresemos al movimiento. Hemos dicho que va hacia un punto que ya ha sido logrado. Aquí aparece la forma del relato; su movimiento hacia sí no brinda una imagen: la esfera.

Explica Cortázar que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla.

Esta idea tiene su par en el pensamiento de Blanchot cuando al hablar del espacio de la obra recuerda que ella debe representar el movimiento hacia sí misma y la búsqueda auténtica de su origen.

Ambos autores traen a la luz una condición del relato: su dinámica interna. Dinámica que en Cortázar va de dentro hacia fuera y en Blanchot de adelante hacia atrás.

En ambos casos la evocación está presente; se trata de darle lugar al relato, lugar y ritmo; también estructura. De tal modo que la dinámica del relato es la reminiscencia.

El relato es el recuerdo que se hace recuerdo en la medida de su realidad, que no es otra que la de la esfera, es decir, del movimiento perpetuo que busca un punto donde la realidad primera del relato sea la única posible.


*Publicado originalmente en salonkritik.net