miércoles, 21 de marzo de 2012

Variaciones

Para Joussette Rivodó, por el terror de la Magnolia

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Cuando creo nombrar al mundo, son dos los elementos que entran en tensión: mi yo, que quiere imponerse ante lo desconocido y “ser” sobre todas las cosas; pero también entra en juego mi temor: no poderme “hacer” del mundo. Es decir, enviarlo lejos con tan sólo abrir la boca y quedarme con mi pobre palabra.

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Pero también está el riesgo, la brecha; que bien puede ser pequeña zanja o bien puede transfigurarse en oscuro abismo. Es un terror vespertino; viene a la hora de las formas inciertas. Entonces, la palabra no es suficiente y nos toca señalar con el dedo para dar fe de lo que estamos nombrando.

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Yo no quepo en la palabra. Soy un además; el trazo después de la última letra.

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Dice Kafka, “cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida (…) entonces no es la verdadera desesperación”.

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Salgo al encuentro de mi cuerpo y descubro que no soy yo. Él, mi cuerpo, no es yo. Yo soy esto; soy este pronombre. En cambio él, mi cuerpo, es saliva, sangre… Me siento satisfecha; gobierno mis dos letras; extensión suficiente para poder “estar”.

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Si mi palabra miente, si me engaña, si oculta lo que está fuera; entonces, callo y escarbo.

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Digo palabra y empuño un cuchillo; rasgo el vacío. No se trata de violencia; es un conjuro: la epifanía del mundo tras la herida que dejo.

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Pero las cosas están acechando. Ante ellas la palabra es tímida, débil: siempre habrá un domingo con un verde del que no podremos hablar.

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Todo está dado y, sin embargo, el vacío.

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¿Podré, alguna vez, develarle a alguien la imagen que ha visto toda su vida?

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