miércoles, 30 de octubre de 2013

Malos sueños *

Neirlay Andrade

Hace mucho que beber sola dejó de preocuparme. Camino desde Misericordia a Candilito cuando no puedo dormir. Al final del trayecto me esperan Los Cuchilleros (nunca me he molestado en averiguar el verdadero nombre del lugar). La primera cerveza la bebo rápido; siempre creo que del tiro regresaré a la cama, pero no, sólo el cansancio, las exigencias del día siguiente y los “amorosos” llamados de atención de algunos amigos me devuelven al cuarto.

Desperté. Todavía no era medianoche; ya no sonaba la desgastada voz de Billie Holiday. Esa voz llena de tanta heroína y con la que un par de horas antes ─junto a un buen Antioqueño sin azúcar─ logró pactar mi angustia de turno una tregua. 

No recordé qué me sacó de la cama sino hasta que, parada frente a la barra de la arepera, el tipo trató de hacerse el simpático y me ofreció jugo de naranja como sustituto de la acostumbrada cerveza. Ahí sí lo supe: me había despertado un mal sueño. 

Tuve miedo; a Victoria la mató una naranja y un sueño. Eso me decía Esteban, mi abuelo ─o se lo dijo a mi mamá y ella a mí─. Decía Esteban que era peligroso creer en los sueños.

Abandoné la idea de la cerveza; tampoco me incliné por el jugo. Traté de recordar mi mal sueño, pero sólo tenía en la cabeza el de la bisabuela.

Victoria estaba embarazada. Una mañana despertó y contó la pesadilla: lavaba la ropa en el río y pasó flotando una naranja; la alcanzó y se la comió. Un dolor la derribó y sentía que moría. Eso le dijo Victoria a Esteban porque como es sabido, hay que contar estas cosas para espantarlas.

Victoria estaba embarazada. Una mañana salió a lavar la ropa al río con las vecinas. No sabremos nunca si comió naranja ─Esteban siempre creyó que sí─. Regresó a casa, comenzó la agonía. Perdió al bebé y murió a los días. Eso me contó Esteban ─o mi madre─ y lo repetí en voz alta mientras recorrí a toda prisa las tres cuadras que me llevaban de regreso al piso 15, porque, como es sabido, hay que contar estas cosas para espantarlas. 

*Publicado en la edición Nº 53 de la Revista Épale del diario Ciudad Caracas

sábado, 12 de octubre de 2013

EPIFANÍA EN LA CATEDRAL*

Sonaba la campanada número cinco de la Catedral, pero no fue eso lo que nos despertó. No recuerdo si la noche había sido fría, supongo que la intervención del aguardiente nos protegía del mal tiempo.
En aquel entonces leíamos desenfrenadamente; años después comprendí que queríamos ganar tiempo antes de que la vida nos pusiera en nuestro sitio. Desde luego, perdimos.
De aquella época me quedó el gusto por un café más suave que el servido a las 5:15 am en casa; el placer de vagar sin otro objetivo que escaparse de la miseria y la certeza de que pasar hambre sería el pilar de una lucidez futura.
Las baldosas de la plaza habían sido amables. Ya había pasado la locura del trance frente a la estatua. Esa madrugada no hubo Robert Desnos ni Antonio Porchia que valieran; mandamos al carajo la fascinación por el surrealismo y danzamos frente al Libertador entonando un canto de Neruda.
Él y yo queríamos ser rebeldes, pero dos tragos bastaban para que emergiera el “académico comedor de ortigas” que ocultábamos. Con un infantil orgullo anuncié que no sabía de memoria el poema. Quería ser cínica, pero para eso me faltaban (aún hoy) muchas madrugadas en areperas.
Me limité a dar vueltas alrededor de la estatua. Mientras “danzaba” recordaba con odio al pendejo de chaleco que me obligó a memorizar versos para aprobar exámenes en una escuela católica.
Sonó la campana, pero ya estábamos despiertos; ya había pasado el primer beso: ya había sonado el pito. Fue un silbido agudo. Primero no supe de dónde venía; unos segundos después vi al hombre. Tenía la actitud de maratonista tras ganar unos olímpicos. Su trote era regular; su cabello, un asco; su ropa, insalvable.
A su paso, levantaba a todo el lumpen congregado en la plaza. La alharaca de los recogelatas fue en ascenso. Un cortejo de pordioseros daba vueltas y vueltas. En cuestión de minutos todo el lugar había sido desocupado. Fue una escena bella y convulsa (como Breton manda); desde entonces uso la palabra epifanía con propiedad.

* Publicado en la sección "Minicrónicas" de la edición Nº 51 de la revista Épale.  http://www.ciudadccs.info/?p=486091