domingo, 2 de diciembre de 2012


Con los santos no se juega *

Neirlay Andrade

Fotografía de Ambrosio Plaza
—Dos rondas generales y una pregunta por cada tanda. Pica en tres las cartas. No cruces lo brazos, por favor. Para ti sale dinero y fortaleza económica; algunos contratiempos personales, algunas dudas, algunas indecisiones con respecto a la parte laboral…
—Una pregunta…
— ¡No! Todavía no.
Jesús atiende en un piso tres. En el uno hay un montón de velas arrumadas. En el dos, una docena de potes de gasolina vacíos. Al tercero se llega por una estrecha escalera de hierro. El techo es de zinc. Unos bancos de madera sirven de sala de espera. Improvisados restos de latón frenan el avance del sol en la pequeña platabanda. Abajo la avenida Baralt y su locura de cornetas.
—Hay una mujer morena clara, un poco delgada, que sale con malas intenciones hacia ti. También hay un pequeño descontrol, ¡pero ojo; no es brujería!
Son tres cubículos. Los cubren viejas telas descoloridas. “Favor, no entrar si la cortina está cerrada” es la primera advertencia. La segunda es más decisiva: “La casa no se hace responsable de los trabajos no cancelados”.
Una Santa Bárbara negrísima de polvo vigila a los clientes que tímidamente (al principio) se van haciendo un lugar en los bancos. Luego vienen los cuchicheos y los más aventureros revelan confidencias. La pregunta de rigor que inaugura la conversa es: ¿has venido antes?
—Lo llamo pequeño descontrol. Es como un sentimiento superior.  Acaso una obsesión. ¡Contrólate, chica! Las cosas cambiarán a favor tuyo. No se trata de algo esotérico, ¡es física! Si dejas de pensar tanto… ocurre y punto.
El cortejo de estatuillas la sigue el Negro Felipe, el Cacique Guaicaipuro, María Lionza, El Nazareno… “Ese de allá es San Onofre, sirve para el trabajo —explica una mujer con rostro agotado que se rasca una y otra vez la cabeza— y ese de allí es San Lázaro, para los animales. Aquellos de los cuadros son las Siete Potencias ¿las conoces, no?”.
—Otra vez sale dinero para ti. Una firmeza y una fortaleza. La carta de El Loco es el descontrol. La carta de El Diablo son las dudas. Trata de corregir tus pensamientos, tus deseos, tus ganas… ¡Bájale dos, mujer! Imprímele menos velocidad a lo que quieres para que ocurra.

Jesús de Valencia

Jesús tiene 44 años. Viene de Valencia. Anda en camiseta y jeans. Usa zapatos Nike. Flaco, con músculos contorneados y un cuidadoso corte rematado con mucho gel fijador. Habla rápido y abruma con las preguntas a sus clientes.
Tercera advertencia: “La consulta se realiza con cartas o tabaco. Si la quiere con tabaco debe traer el mismo”.
Mientras fuma, revisa el celular con despreocupación. Al lado de su taburete está un potecito para escupir. Se sienta en la entrada del cubículo. El cliente queda escondido en un pequeñísimo espacio debajo de la mirada de las figuritas del altar.
— ¡Ay papá! Tú, mijita, vas a tener una sorpresa sentimental bastante importante… Hay algo que tiene que ver con matrimonio o compromiso. Mira, aquí están: Los Enamorados. Veo embarazo. Entre finales de este año y principios del otro. No veo al tipo…
—Yo tampoco…
—Pero en el ínterin de octubre y enero debe haber persona, relación, estabilidad y embarazo.
Para llegar a Jesús hay que ir hasta la esquina de Plaza Miranda que da a la avenida Lecuna. Se pagan 80 Bolívares. La mitad son para el dueño del negocio; un hombre gordo que atiende en el mostrador, rodeado de matas, jabones y velas. Una ficha de madera que dice “consulta” es el pase de subida.
“Es un don”, declara mientras “prepara” las cartas. Dura pocos segundos murmurando algo ininteligible y comienza la sesión.
—La carta de La Estrella habla de renacimiento y El Mundo es un comodín: te abre las puertas para lo que quieres hacer. Tienes que tratar de no ser lo que aparentas y no aparentar lo que no eres. Sé tú misma.
Se hizo brujo de repente. “De la noche a la mañana estaba leyendo cartas, fumando tabaco; bajaban los muertos y hablan con la gente...”, dice sin ningún énfasis.
Le decían que estaba “embrujado”. Lo estafaron, vendió reloj, cadenas, sortija. Todo para pagar sus consultas y los respectivos “trabajos” que necesitaba para curarse. “¡Era mentira! ¡No tenía nada!”, sonríe y agrega: “o bueno, sí tenía algo… real pa’ la bruja”.

Ni inventamos ni erramos

— Consejo: si hay mucha rabia, escuchamos música. Si hay mucha preocupación, vemos televisión. Si hay mucha molestia, dormimos o hablamos con una amiga…Buscamos siempre una forma de darle salida a la situación, pero no caigas en el licor.
Advierte sobre los límites de su oficio: “Yo no puedo ser preciso. No tengo el libro de la vida. Los hechos son uno, pero las formas son miles. Hago esto con mucha mística, tratando de no engañar a nadie. Digo solamente lo que veo. No invento nada”.
—Necesitas entenderte tú. ¡Valórate! ¡Quiérete! Eso disipa dudas. Creas una sombra que no te permite ver más allá. Hay un ciclo que todavía no se ha cumplido y que se cierra este año: la casa de tus padres, por ejemplo.
Es brujo de lunes a jueves; de nueve de la mañana a doce del medio día. No se puede leer las cartas a sí mismo. Si prueba con el tabaco tampoco es exacto. No se consulta con nadie.
Orgullosamente cuenta que fue presidente de una Casa de la Cultura en Los Guayos, estado Carabobo. “Cuando salgo de acá soy productor musical”, apunta con coquetería.
Trabaja actualmente en un disco de rap y una serie juvenil que él mismo escribió. Tendrá 60 capítulos. Cuando la termine, “con el favor de dios y la virgen”, se “jubila” de la brujería.
“Después de que suelto tabaco y cartas, soy un ser mortal común y corriente. No tengo ni cruces, ni protecciones, ni parafernalias”, dice con solemnidad.

Si los santos quieren…

En el pequeño cuartito de consulta hay un espejo. “nada del otro mundo”, se apura a explicar; “es para que la gente se vea antes y después de que hagan lo que yo les mande. Es para que noten la diferencia.” El resto del tiempo, el espejito y un “saca cejas” son la dupla perfecta para “acomodar” detalles en la cara de Jesús.
La disposición del altar le da igual: “El día que amanezco con ganas de cambiarlos de puesto (a los santos), lo hago. Cuando quiero bañarlos, los baño (a menos que ellos no quieran y eso sí: mandan a un montón de gente a la consulta)”.
Una mujer regordeta, próxima a los cincuenta años, irrumpe con desespero en el caluroso recinto. Su cabello es amarillísimo; capas y capas de rímel cubren sus pestañas. Unas extravagantes pulseras doradas hacen de ella una bulla de paso rápido.
Respira hondo y suelta: “Que dios me perdone por venir a esta vaina… pero el mismo altísimo dice: ayúdate que yo te ayudaré”. Después de dar su versión libre de la flexibilidad del catolicismo suspira y agrega: “no puedo vivir más con esta zozobra”.
Es su turno. Corre con sus tacones de 10 centímetros y comienza la escena:
—Mi marido me engaña con la mujer que trabaja en la casa.
Jesús inicia su ceremonia (“Según este tabaco…”). ¡Oh, sorpresa! No hay cachos esta vez. La mujer no lo cree así. Se levanta arrecha y se larga.
Más digno que nunca, Jesús dice: “Yo no soy una emisora de radio. Yo no digo lo que quieren escuchar. Yo no complazco a nadie… ¡Hoy estoy más brujo que nunca!”.
Más que nunca: Una mujer con una bolsa llena de ganchos de ropa aguarda cabizbaja. No frecuenta estos lugares: “sólo compro mi jaboncito y me echo mi baño con fe”. Pero esta vez se trata de un hijo (o al menos eso dice).
La mujer de todo-se-hace-con-fe cuenta rápido el problemita a Jesús: su chamo se fue de la casa con la novia. Asegura que es una mala mujer y quiere que el pichón vuelva.
Comienzan las bocanadas de humo. Al parecer, al chamo no le va tan mal, es “bueno” y no anda en drogas. Jesús da consejo: déjalo en paz. Ella insiste. De pronto, la sorpresa a mitad de tabaco:
— ¡Crees que soy estúpido!
—¡Disculpe, señor!
La mujer se levanta avergonzada; sale llorando (olvida los ganchos). Nada de hijos descarrilados. Quería al marido de regreso en casa.

Los muertos no reclaman

Jesús usa tarot negro ¿la razón? Fue el que entendió. Con el egipcio no le fue bien. Antes tenía unas cartas “que hablaban más bonito” y admite en voz baja: “el tabaco habla mucho más rápido conmigo”.
Lo más difícil del oficio es “decirle a la gente que no tiene nada”. Anécdota: Un señora se va a someter a una intervención delicada. Puede morir en quirófano. A ella lo único que le importa es el fulano trabajo que le montaron. Jesús le dice que para resolver la brujería que carga encima debe salir primero de la operación. Ella corre, se opera y vuelve: “Listo, qué hay que hacer ahora”. La respuesta: nada.
“Hay que saber hablar y sobre todo, hay que saber mentir”, explica Jesús tras aclarar que “la brujería es un estado mental: Hay cosas que son reales. Hay cosas que son suposiciones y hay cosas que son mentira”.
También está lo duro de la cita ineludible. Jesús la resume así:
—Va a morir pronto.
— ¿Qué hay que hacer?
—…
—¿Cuánto hay que pagar?
—…
¿Se aflige Jesús por esto? No. Repite: “tengo mi terapia: soy brujo de nueve de la mañana a doce del día”. Además, “el muerto jamás viene a reclamar que me equivoqué” y agrega en tono menos burlón: “La brujería no es mentira, es real. Yo sí que soy real. Trato de ser justo”.
Unas últimas palabras:
—Hazte un favor…
— ¡Claro!, usted no más mande.
—No creas tanto en brujería. No te consultes para que no te contaminen. Y una última cosa…
— ¿Diga?
—Aléjate de mí.
Siguiente, por favor…

* Publicado en la revista Épale Nº 10. Domingo 01-12-2012, Pág. 9-12

jueves, 15 de noviembre de 2012


Libreros bajo el Puente
ENTRE RILKE Y CORÍN TELLADO*
Neirlay Andrade
Rilke para divorciadas
Orietta se divorció. Estudiaba artes plásticas en la Cristóbal Rojas. Nació en Barcelona (Anzoátegui). Recuerda su separación mientras mira un punto perdido en la acera de enfrente. Pelo rojo, boca roja y ojos delineados. “No tenía nada; nunca había trabajado”, dice. Nombra a un señor, murmura (un apodo, quizás) bajito, muy bajito, y con la cabeza en otra parte susurra: “me consiguió un puesto”.
Eso fue hace 23 años. Orietta vende libros: “universitarios, de autoayuda, cultura general, novela, literatura y poesía… todos esos”. Está cansada y lo repite a modo de mantra para sí.
Es una de las “señoras” del puente de la Fuerzas Armadas. Su nombre es italiano, “con doble T”, precisa; su apellido es Pérez.
Lentamente enumera la lista de sus venezolanos más vendidos: “Memorias de Mamá Blanca; los de Julio Garmendia; los de Arturo Uslar Pietri; Rómulo Gallegos…”. Los libros de autoayuda son el pan diario: “ése, el de la vaca”.
Hay libros que Orietta ha escondido. Se ríe y dice: “están en mi biblioteca”. No quiere dar títulos. Lamenta no estar lista para preguntas. Finalmente cede y alza la voz: “¡Rilke, Rilke!”
Cartas a un joven poeta es la joya guardada. Orietta no sabe del culto maldito que la academia tiene por Rilke. No sabe del asombro que siente un pendejo cuando lee: “lo bello es el comienzo de lo terrible…”. Ella sólo sabe que “casi no se consigue”.
Para Rilke, la pregunta por la literatura era muy fácil "¿Debo yo escribir?"; la respuesta de Orietta fue un “sí, debo” (vender libros; no escribirlos). La vida ha pasado: “Ya estoy como agotadita”, suspira.
Resistencia a punta de flores
La Resistencia Literaria inicia con flores. El primer kiosco abre antes de la siete. Está a un costado de la avenida Urdaneta. Una decena de motos lo rodean. También está el carrito Jugo de naranja bien frío… Alberto.
De un lado de la avenida, sentido Petare-La Pastora, están apiñados los afiliados de Mototaxi El punto 2001; del otro, Mototaxi Plaza España con su lema “seriedad y responsabilidad”.
Gracias a una placa pagada por Fondo Común tenemos las señas del lugar. El antecedente de los libreros del puente son los bomberos: “5 de julio de 1937. Aquí se construyó la primera sede bomberil de Venezuela denominada Cuartel Plaza España”. El resto son tonterías del banco y su orgullo por tan insigne institución.
Son 90 kioscos y, en efecto, el primero con el que se topa un transeúnte en la Urdaneta es el de las flores; pero el Nº1 está al comienzo del elevado. También tiene su mensaje (menos solemne que la placa de Fondo Común): “Favor no orinarse aaquiiii…”
Resistencia literaria fue reinaugurado en 2011. A la izquierda de la placa (de aquí en adelante no se mencionarán más) está aquella frase de Nazoa sobre los poderes creadores del pueblo y a la derecha un pasaje olvidado de Estefanía Mosca (Yo creo que hay en mí…).
Entre el carnaval verde-fucsia-azul-naranja-amarillo se pasea el “chamo de las cremas”. Se trata de una mezcla que por la misericordiosa magia de la glicerina (y un jabón no identificado) le devuelve a los libros usados (orinados y rayados) su aura.
Un Bolívar por Corín Tellado
Dice la leyenda (lo asegura Wikipedia) que Corín Tellado escribió unos cuatro mil libros. Es la española más leída después de Cervantes. En el kiosco 53, un libro de la autora con más ventas en español cuesta cinco bolívares. Pero eso no es todo: usted puede cambiar su libro de la asturiana por un bolívar.
Miguel Beomont ha vendido novela rosa los últimos 23 años. Comenzó de ayudante y hoy en día es el único en su especie: romance, vaqueros y policiales de los 60 y 70.
Precios únicos: todas las revistas a 10 y las novelas a cinco. Los suplementos en español a 30 Bs. y en inglés a 50”, aclara.
Toma algunas de sus novelas más vendidas y hace la distinción: Tellado y Carlos de Santander para las mujeres y Marcial Lafuente Estefanía, Silver Kane y Keith Luger, para hombres.
Al día, tan sólo en el cambio de novelas, logra cerca de 500 Bs. Su declaración de principios es irrevocable: los libros se leen y se cambian hasta que se deshagan.
El moro que regaló a Shakespeare en Mérida
Arturo es moro (o eso dice). No quiere dar su apellido. Camisa verde, barba blanquita y lentes redondos. Ante la insistencia, lo suelta rápido: Jaen. Lo repite tres veces y echa un repaso fugaz por la avanzada árabe en la península ibérica:
La mayoría de los españoles tiene sangre árabe. ¡Nueve siglos! ¡Sabes lo que son nueve siglos! Respira y continúa: “No fueron 10 años, fueron novecientos… Y en novecientos años son muchos los niñitos que nacen y muchas las mujeres que violan”.
El dueño del negocio es su compadre. “Yo tengo poco tiempo —apunta—. Él tiene como 15 años… 20 años”. Se apresura a atender a una doña que se declara lectora voraz “y no de cualquier vaina”.
Mientras vende seis libros a la señora-qué-fastidio-con-los-que-leen-lento, Arturo da más señas de su travesía para llegar a las Fuerzas Armadas:
Yo estoy aquí desde que me fastidié… desde que me quedé así… torcido —señala su pierna— y tuve que hacer rehabilitación”.
El moro despacha a la señora comedora de libros (no de cualquier vaina) y agrega: “pa´ estar en mi casa sin hacer nada, mejor gozo aquí porque me gustan los libros”.
Arturo sí lee cualquier vaina, “exceptuando algunas cosas extrañas de filosofía”, puntualiza y con su dedo señala el “estante de los filósofos”: Desde Laocoonte (Lessing) hasta Del sentimiento trágico de la vida (Unamuno) están allí y alguno que otro infiltrado también (Cantos de Leopardi a 20 Bs.).
La verdad es que el “de todo” de Arturo tiene nombre y apellido: Ciencia ficción. Los ojos le brillan, mueve más rápido las manos. Empieza una enumeración difícil de seguir. Señala los kioscos que tienen obras de este tipo; los critica. Pasa el dato de cuáles son las mejores opciones de compra. Dónde están las novedades.
Es un experto y fija posición: “Hay muchísimos y muy buenos y yo no soy de los que lee de primerito a Asimov, porque ya Asimov se murió hace mucho tiempo… y ya”.
Le da una concesión breve al ruso: “Tiene buenos libros, tiene muchas cosas muy buenas, peeero… hay gente que hace cosas diferentes”.
Lo diferente también lo tiene precisado Arturo y es su tocayo Arthur C. Clark —“que también se murió”—, el autor de 2001: odisea en el espacio.
Saca uno de los libros más caros del compadre. Una tapa verde con el rostro de un viejo: Borges: obras completas. A él no le interesa el ciego argentino. Lo ha leído “sólo por allí… de a poquito”.
Deja la desconfianza a un lado. Arturo Jaen está listo para contar su peor falta. Fue hace poco: “Vendí en 80 Bs. un libro que costaba 800 bolos”. Mira el tope del elevado; arriba se oyen las cornetas de los carros: “vendí un libro de Shakespeare en 80 bolos en una feria en Mérida”.
Unas obras completas, en inglés, que tenían 200 años”, precisa una voz mucho más joven que se acerca. Se trata del antiguo dueño del libro “regalado”. Se llama Peniel, tiene poco más de 30 años y a su padre lo conocen como “el Fundador”.
En el principio eran los Piñero
Óscar Piñero se formó como librero en la esquina de Padre Sierra, a un costado del Capitolio. Luego se trasladó al puente junto con otras dos familias —puntualiza Peniel—, los Rodríguez y los Acosta.
Imagínate, yo saltaba encima de los puestos de hierro creyendo que eran grandes montañas”, dice en un tono que transita entre lo solemne y la burla.
Los hermanos Karamazov “son pesados”; El Quijote, no. Algunos clásicos le interesan y mueve la cabeza con signo de aprobación, pero con poco entusiasmo. Explayado en la silla de plástico se jacta de sus 31 años de existencia entre los tarantines del puente. Luego rectifica y desvía la mirada: “realmente son 16; desde que mi papá murió”.
Además del Shakespeare regalado, Peniel cuenta con otras piezas de colección. Ahora sí se alborota. Rápidamente se levanta para contrarrestar cualquier duda de que su oficio son los libros usados y saca lo mejor de su arsenal: Historia de las revoluciones ocurridas en el gobierno de la república romana. Escrita en francés por Vertot. Traducida al castellano por DJ C Pacies, intérprete real. París, 1825 (Cuesta mil Bolívares).
Hay más; una Gramática de 1840 y un Diccionario bogotano de 1885. Respira hondo y comienza la queja: “La mayoría ya no vende libros usados. La mayoría vende libros piratas, libros robados, libros nuevos, de librería… La tradición de libros usados indudablemente está decayendo”.
Peniel vende entre 20 y 30 libros al día. Los sábados llega a 50. Pero hubo un día hace como tres años que la venta fue perfecta:
Aquí una vez vendí todo el puesto. En un día… ¡sí! Hace ya bastante tiempo. Una persona estaba buscando libros para decorar. Tenía arreglado el puesto tan bonito que la persona le llamó la atención cómo estaba decorado y se llevó todo”.
Quería adornar su biblioteca y bueno…”, lanza la cifra: “siete millones de los viejos”.
Hay otros compradores más pragmáticos; los de cine y televisión, por ejemplo, “traen una regla y te dicen: yo quiero no sé cuántos libros que quepan en este espacio y que sean bonitos”. No más. Trato hecho.
Orgulloso de su oficio y el de los suyos, Peniel se aventura a dar sus observaciones sobre algunas políticas que norman los espacios de la ciudad: “Es una lucha constante para hacer entender que nosotros no somos buhoneros”.
Al referirse a los kioscos que ocupan actualmente los libreros explica: “parte de este negocio es que tú tienes que permitirles a las personas que maniobren el libro, que lo muevan, que lo toquen, que lo observen”.
Hay que sacar el libro de los tarantines —dice—, pero al hacerlo se rompe “una norma que dice que los espacios recuperados no pueden ser tomados”. Sin más explicaciones, hace su petición: “hay que ampliar las aceras”.
Arturo interviene en el soliloquio de Piñero y con su rostro franco sentencia: “la alegría de buscar un libro es jurungar, descubrir... Yo ando buscando nada y de repente…coño, el libro”.

sábado, 1 de septiembre de 2012


Apuntes I: Libro, pliegue y letra     

Para María Fernanda Bianco y Juan Mercerón, por esperar pacientemente una obra que no obró.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                El libro

*
El libro se funda en un corte, una pérdida, una fisura
*
Un libro-acontecimiento. Se proyecta en el mundo, es un objeto, pero a diferencia de los otros objetos, persiste, sigue: obra ad infinitum
*
La doble negación del Libro, dice Blanchot, “pasado incumplido” y “provenir imposible”.  ¿Hay lugar para el libro? El lugar del libro está fuera de él. Es esta lectura, esta voz alta que siempre dice…

El pliegue

*
El pliegue, disposición del mundo
*
Ritmo, designio: se lee así
*
Organización de las heridas
*
Índice casi religioso, dice Mallarmé
*
Realización del vacío. El vacío existe en el pliegue; fuera de él nada: es como estar fuera de dios. No-ser: lo inimaginable

La letra

*
La letra funda un espacio; un plano, digamos
*
La letra. Acontecimiento punzante, cuchillo; sabemos de ella por las heridas que deja en el papel
*
La letra como un rastro
*
Letra sensual, cuerpo...
*
Movimiento y violencia
*
La mancha somete al infinito y lo vuelve espacio plástico

viernes, 30 de marzo de 2012

Espacio de intimidad: La casa y el recuerdo de la infancia*

En el niño que queda en nosotros, la casa
se vuelve búsqueda y reencuentro
Fundamos una casa nueva con la memoria
de la casa de la infancia.

Hanni Ossott

El hombre, que quiere hacer mundo, hace casa. La lleva consigo toda la vida y luego, con el paso de los años, después de tantas marchas y contramarchas, vuelve la mirada ¿hacia dónde? Hacia su intimidad, hacia adentro. El hombre remueve dentro de su ser y allí consigue, entre los recuerdos, aquella casa primera.

Ella

que ya no es de mí

sólo de la memoria

sólo de la muerte

sólo del dolor

Incluso ocultándonos en nuevas paredes, la más mínima señal traerá de regreso aquel primer mundo: la casa original. Las nuevas casas tendrán grietas y las resonancias de voces de la niñez se filtrarán poco a poco, hasta irrumpir y recordarnos que somos el fiel reflejo de aquella casa primigenia y un rompecabezas en el que las ausencias conviven con el ahora.

Es un proceso de búsqueda y reencuentro. Búsqueda de sí y reencuentro con lo aparentemente olvidado. Es allá en la infancia donde están nuestros mayores tesoros. Es ella fuente de la que brota nuestra vida. La casa vuelve ¿bajo qué forma? Es la imagen poética el espacio que alberga los recuerdos. Es el cuerpo en el que revive aquella infancia. La imagen es presencia. Un estar aquí y ahora. Desnudos, libres de artificios cegadores que no hacen más que extraviarnos, somos lo que Hanni llamó la primera trama[1].

Yo no sabía

que había que hacer, y deshacer

como aun tejido

fiel

a una primera y única trama.

Quien pierde la trama primera está sin resguardo. Sin ella —en palabras de Gastón Bachelard— el hombre sería un ser disperso.”

He vivido una casa crepuscular y nocturna

casa doliente

oscilante entre la melancolía y la ebriedad. [2]

“He vivido una casa…” Es un modo peculiar de relacionarse. La casa deja de ser un bien material y pasa a ser una vivencia. Ella no estuvo sólo en la casa, la vivió, y cómo no, si esta casa es la primera experiencia. Pero tampoco hay estabilidad en esta casa. Está hecha de material fugaz, como la materia que conforma los recuerdos. Es casa que oscila entre la melancolía y la ebriedad. Esta ebriedad es la entrega a las fuerzas de la noche que invaden. En reposo estamos prestos a recibir, dejamos la oposición a lo desconocido.

Vi con asombro la amenaza

recibí el derrumbe

La casa ya no es; ahora sólo es recuerdo y a él nos aferramos. Escarbamos como inexpertos; siempre a tientas, sondeamos entre la oscuridad. Las formas olvidadas van retornando, no en líneas certeras, sino en sensaciones. Así configuramos el espacio de la intimidad: algunos colores y viejas esquinas sagradas.

Esos rosados, los verdes, el fucsia intenso

de corazón

el olor en cada cuarto

(…)

la tierra, el barro, los vinos

Es la dinámica del recuerdo. La imagen de la casa es la imagen de la casa sensorial, no la de la dirección y el número. Su identidad reside en las grandes pequeñeces del día a día. Su identidad es una melodía, algún rincón especial. Por eso, el recuerdo es un tanteo en la penumbra, un aproximarse. De tal modo, la casa de Altamira no tiene nombre, pero sí la identidad que otorga la sensibilidad:

Esa casa sin nombre

sonora, febril

verde y rosada

El rememorar lo perdido no siempre resulta feliz. Estamos conformados por pérdidas y ausencias. A veces no queremos recordar y colocamos una gruesa pared entre nosotros y el pasado, entre nosotros y nuestra casa original. En el poema Memoria leemos:

Es mejor

no tener ya más memoria

para el tiempo pasado

las casas, las filigranas, los helechos[3]

Deseamos evadir la casa doliente. Olvidar los temores que acompañaron esos años. Pero siguen siendo nuestros temores y forman parte de ese océano que es nuestra intimidad. Aquella casa de temores, dolores, ausencias y muerte es alimentada con nuestras fuerzas. (…) fue para nosotros la más apropiada. La conocible, la manejable. Sus surcos estaban inscritos en nuestra sangre, aun en los exilios.[4] Aun en el exilio seguimos siendo de ella, así no queramos oír su melodía, ni oler sus fragancias. Así prefiramos el no-saber.


*Fragmento del ensayo publicado en la revista Agujero Negro. Nº6, Septiembre de 2010.

[1] Ossott, Hanni (1992); La primera trama. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

[2] Ossott, Hanni (1992); La casa crepuscular. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

[3] Ossott, Hanni (1989); Memoria. En Cielo, tu arco grande.

[4] Ossott, Hanni (1992); Prólogo. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Variaciones

Para Joussette Rivodó, por el terror de la Magnolia

*

Cuando creo nombrar al mundo, son dos los elementos que entran en tensión: mi yo, que quiere imponerse ante lo desconocido y “ser” sobre todas las cosas; pero también entra en juego mi temor: no poderme “hacer” del mundo. Es decir, enviarlo lejos con tan sólo abrir la boca y quedarme con mi pobre palabra.

*

Pero también está el riesgo, la brecha; que bien puede ser pequeña zanja o bien puede transfigurarse en oscuro abismo. Es un terror vespertino; viene a la hora de las formas inciertas. Entonces, la palabra no es suficiente y nos toca señalar con el dedo para dar fe de lo que estamos nombrando.

*

Yo no quepo en la palabra. Soy un además; el trazo después de la última letra.

*

Dice Kafka, “cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida (…) entonces no es la verdadera desesperación”.

*

Salgo al encuentro de mi cuerpo y descubro que no soy yo. Él, mi cuerpo, no es yo. Yo soy esto; soy este pronombre. En cambio él, mi cuerpo, es saliva, sangre… Me siento satisfecha; gobierno mis dos letras; extensión suficiente para poder “estar”.

*

Si mi palabra miente, si me engaña, si oculta lo que está fuera; entonces, callo y escarbo.

*

Digo palabra y empuño un cuchillo; rasgo el vacío. No se trata de violencia; es un conjuro: la epifanía del mundo tras la herida que dejo.

*

Pero las cosas están acechando. Ante ellas la palabra es tímida, débil: siempre habrá un domingo con un verde del que no podremos hablar.

*

Todo está dado y, sin embargo, el vacío.

*

¿Podré, alguna vez, develarle a alguien la imagen que ha visto toda su vida?

domingo, 11 de marzo de 2012

Del relato o lo que ya fue: del movimiento de Blanchot a la esfera de Cortázar*

Dice Maurice Blanchot, "el relato no es la relación de un acontecimiento, sino ese mismo acontecimiento". ¿Qué se oculta tras esta observación? El problema del relato, esto es, su temporalidad: aun cuando el relato sea la narración de lo que ya fue, su existencia no es el pasado, sino la transformación de éste (metamorfosis) en el presente, que es, y no de otro modo, el relato en sí.

Decimos problema porque esta visión sobre el relato es riesgosa: los tiempos verbales —sólidas islas— se ven trastocados por un movimiento impreciso. Tal es el movimiento del relato que va hacia un punto que parece haber sido alcanzado, pero que a su vez posibilita lo que será.

En otras palabras es un avanzar, que parece recuerdo, evocación, mirada hacia atrás y todo con la ansiedad de “ser”, pues, lo repetimos, el relato es en ese movimiento y no existe fuera de él.

Y aún más, sólo del movimiento —dice Blanchot— extrae el relato su atractivo, tanto así que no puede siquiera “comenzar” antes de alcanzarlo.

El relato es lo que ya fue. Pero aún cuando esta premisa sea escrita en pasado (ya fue) la realización del relato sólo es posible en este gerundio (en el movimiento): el relato —agregamos— se está haciendo a sí mismo, haciendo real lo que ocurrió, en una mecánica perfecta en la que ya nada queda fuera del relato; ya nada fuera de él es real. Esto lleva a Cortázar a sentenciar: Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí. El relato da su regla y no acepta ficciones fuera de ella.

Es este momento de plena libertad en el que el relato es y ya no tiene otro asidero que él mismo. Esto que Julio Cortázar llama la autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón en la pipa de yeso.

La libertad del relato está en su capacidad de hacerse (ésta es su pretensión). Su autarquía consiste en producir lo que narra, en lograr la perfecta conjunción entre la realidad que describe y la realidad del propio relato.

Ahora bien, regresemos al movimiento. Hemos dicho que va hacia un punto que ya ha sido logrado. Aquí aparece la forma del relato; su movimiento hacia sí no brinda una imagen: la esfera.

Explica Cortázar que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla.

Esta idea tiene su par en el pensamiento de Blanchot cuando al hablar del espacio de la obra recuerda que ella debe representar el movimiento hacia sí misma y la búsqueda auténtica de su origen.

Ambos autores traen a la luz una condición del relato: su dinámica interna. Dinámica que en Cortázar va de dentro hacia fuera y en Blanchot de adelante hacia atrás.

En ambos casos la evocación está presente; se trata de darle lugar al relato, lugar y ritmo; también estructura. De tal modo que la dinámica del relato es la reminiscencia.

El relato es el recuerdo que se hace recuerdo en la medida de su realidad, que no es otra que la de la esfera, es decir, del movimiento perpetuo que busca un punto donde la realidad primera del relato sea la única posible.


*Publicado originalmente en salonkritik.net

lunes, 27 de febrero de 2012

Nuestra imagen

Para José Luis Omaña

“Se trata de una fuerza popular que cree en las luces del muro pintado y en la moral del muralista”

Exposición Mural y Luces, Museo de la Estampa y el Diseño Carlos Cruz-Diez

Nuestra imagen, desde luego, no es una; nuestra imagen se propaga como griega sobre pared a punto de venirse abajo; nuestra imagen emergió desde la crisis; nuestra imagen es siempre otra imagen y otra y otra; nuestra imagen amenaza con explotar todo el tiempo; es una inminencia, un presagio, un mal augurio.

La ética de nuestra imagen quebró hace rato la pendejada de lo correcto y lo errado; de hecho, quebró y rehízo todas las dicotomías: se las tragó una a una, las devoró y las escupió sobre una pared. La ética de nuestra imagen es nocturna y marcha a tientas, con sigilo; también es diurna; mantiene vigilia mientras los desprevenidos duermen: es alerta, señal, alarma, ¡no disparen! ¡Cuidado…!

El tiempo de nuestra imagen es el de “¡corre!, ya es tarde”; ella va de regreso, viene apresurada, va en la vanguardia, sale a nuestro encuentro: nos mira y da media vuelta: guiño de ojos, grito, bofetada.

Nuestra imagen está-ahí; arrastra un pasado opaco y espeso. No tiene presente: ella es presencia. Anuda, ata, desata y remata a destiempo los deseos y las frustraciones.

Es punto de (des)encuentro en la trama cotidiana. No está alineada; ni izquierda, ni derecha, es descentrada. Mira su ombligo y no se encuentra.

Es un gran sí, no titubea, no duda. Redonda, nuestra imagen es redonda; camina sobre sus pasos. Su verdad está-ahí. Sin misterio, convoca todos los silencios. Es un coro mudo. También grito ahogado por las sirenas. Bala mal dirigida que da en el blanco.

Indecente en la mañana; modesta entre el humo y el sol de medio día; tímida lucidez por las tardes; revelación y resplandor de media noche. Antes de que cante el gallo lo habrá dicho todo.

domingo, 26 de febrero de 2012

Bolaño, insufrible*

Hace siete años, un 15 de julio, murió el insufrible Roberto Bolaño. Heredero de todos los parias de la literatura del subcontinente, el chileno logró violar algunas musas y trocarlas en indigentes del DF mexicano. Decimos chileno por formalismo, pero Bolaño fue de ninguna tierra: todas las callejuelas parecen la misma, es México, que es chile, que es Barcelona que es chile, que es México, que es Barcelona…

En todo caso, estamos frente a literatura latinoamericana ¿por qué digo esto? Sólo un exiliado en su propia tierra, sólo un dos veces expulsado, como ya diría Carlos Fuentes, puede hablar de Latinoamérica. A Bolaño lo echaron del edén, también de alguna parte. Recuerdo el discurso que dio por el otorgamiento del Rómulo Gallegos; el tipo jugaba con la feliz idea de que Caracas y Bogotá fueran la misma cosa. Qué más da aquí o allá.

El discurso delirante de Bolaño lo llevó a ciertas afirmaciones de los mal nacidos en este subcontinente, por ejemplo, “Pobre negro, de don Rómulo, es una novela eminentemente peruana. La casa verde, de Vargas Llosa, es una novela colombiano-venezolana. Terra nostra, de Fuentes, es una novela argentina y advierto que mejor no me pregunten en qué baso esta afirmación porque la respuesta sería prolija y aburridora.” Sí, prolija y aburridora, para qué intentar explicar lo que todos presentimos con horror secretamente: Qué más da aquí o allá.

¿Qué hace alguien que le da igual aquí o allá? Es claro: busca. Y tenemos a Ulises Lima y Arturo Belano buscando al fantasma de Cesárea Tinajero; tenemos luego a Belano, de regreso en el DF, buscando a Lima veinte años después; Tenemos a Lima muerto y dos obesos discípulos; tenemos un tipo clase media tratando de hacer suyo un cuento de Borges para conseguir “su destino sudamericano”; tenemos a un gringo —un tal Jim— llorando en una sucia esquina de la capital proscrita (México DF) porque ha descubierto la quintaesencia de mano de un malabarista.

Tenemos a un detective buscando al asesino de su especie para finalmente entender que es miembro de una especie asesina de ratas. Asesinos que también aplauden a los músicos y lloran en el teatro. Asesinos que saben de la soledad del poeta —que está confundido y sólo quiere afecto—; tenemos esa cosa maldita que trae ya Borges: la inminencia ¿pero de qué? del horror. Sí, del horror. Lo que en Borges es decisión, es decir, no a la revelación: pacto de los personajes con el milagro (El Aleph; La escritura del dios), en Bolaño es simplemente punto y final. La inminencia del desastre no se cuenta: el Secreto del mal, sigue a salvo. Al final, el que busca aquí o allá, ese detective salvaje, se pregunta un 15 DE FEBRERO: ¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA VENTANA?

*Originalmente publicado el 23/07/2010 en la revista SalonKritik.net

domingo, 12 de febrero de 2012

A propósito de la realidad poética (Szymborska y Rumi)

Hay un poema de Wislawa Szymborska titulado La realidad. Pero no nos engañemos, este poema es una metáfora de la imagen poética, asociada con lo circular, con lo oracular; una imagen que se cierra sobre sí misma. Su presencia nace con la palabra y no; muere con la palabra y no. Cuando Szymborska dice “la realidad se define a sí misma, /por eso es mayor su misterio”, estamos ante la realidad como poesía. Mientras los sueños se disgregan y uno, pobre exegeta, los corretea en busca de no sé qué verdad interior, la realidad, tan nuestra, tan próxima, es misteriosa.

Pero no se trata de un misterio por ocultación; este misterio está expuesto. La realidad está allí; como un bajo continuo barroco, ella persiste, clara y misteriosa. Los sueños exigen interpretación, nos interpelan, pero cuando la realidad se muestra es una gran afirmación. Mas, su Sí es grande, precisamente, porque su No también posee justa dimensión. No son dicotomías. Las fuerzas en tensión, aun cuando están en la misma proporción, no se anulan.

Del encuentro entre lo uno y lo otro, dice Szymborska, “surge un acertijo/que no tiene solución.” La realidad encarna pregunta y respuesta, justo allí está su semilla poética. Ella cohesiona tanto lo uno como lo otro: “mariposas” a la par de “almas de viejas planchas” ¡Qué está fuera de lugar en el orden de lo real!

Los sueños son siempre gozosos. En el goce se da cuenta de una pérdida. No en la realidad, lugar en el que siempre todo está. Porque todo es el resultado del encuentro de lo uno y lo otro. Así que el tiempo de la realidad, como el de la imagen poética, jamás será el pasado, tampoco porvenir. Bien lo recuerda Lacan, con un ingenioso juego de palabras: la realidad es lo no-posible porque lo posible es lo que podría ser y la realidad, por el contrario, es.

La realidad poética no nace con el poema (y sí). Borges, con la claridad que lo cegó, decía que la poesía está al acecho, en cualquier esquina; Szymborska lo sabe y, aún más, declara lo inevitable del encuentro poético: “No hay escapatoria, /la realidad nos acompaña en cada huida.”

El encuentro de realidades en la imagen poética siempre será eso: un encuentro. Pero no se trata de una plácida conjunción de elementos. En la imagen hay una violencia; su interior está agitado por las tensiones. Quizá la máxima conmoción sea entre aquello que es y lo que no es. Ajeno a la tradición de Parménides, leemos el siguiente verso del místico persa Yalal Al Din Rumi: “Estoy arrasado por una inundación/ que aún no ha sucedido”. Futuro, presente y pasado quedan abolidos en esta sentencia. Abolidos y, sin embargo, persisten. Abolidos y con ello sobreviene el equilibrio ¡la imagen triunfa! Persisten y de allí la tensión y el desasosiego ¡la imagen tiembla!

Mientras que Szymborska distingue lo real de los sueños, Rumi nos dice “No reconozco la diferencia/entre la invención y la realidad” aquí, felizmente, como dice Octavio Paz, ha cesado la enemistad entre lo diferente. Entramos en un reino que, aunque indistinto, posee su claridad. Pero esta claridad trae consigo su noche y Rumi, iluminado por su encuentro con lo divino, sabe que también es sombra: imagen de un cuerpo.