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Fotografía de Ambrosio Plaza |
"Pues solamente de la traición a una imagen es de lo que se nos puede pedir cuenta y rendimiento"
domingo, 2 de diciembre de 2012
jueves, 15 de noviembre de 2012

sábado, 1 de septiembre de 2012
viernes, 30 de marzo de 2012
Espacio de intimidad: La casa y el recuerdo de la infancia*
El hombre, que quiere hacer mundo, hace casa. La lleva consigo toda la vida y luego, con el paso de los años, después de tantas marchas y contramarchas, vuelve la mirada ¿hacia dónde? Hacia su intimidad, hacia adentro. El hombre remueve dentro de su ser y allí consigue, entre los recuerdos, aquella casa primera.
Ella
que ya no es de mí
sólo de la memoria
sólo de la muerte
sólo del dolor
Incluso ocultándonos en nuevas paredes, la más mínima señal traerá de regreso aquel primer mundo: la casa original. Las nuevas casas tendrán grietas y las resonancias de voces de la niñez se filtrarán poco a poco, hasta irrumpir y recordarnos que somos el fiel reflejo de aquella casa primigenia y un rompecabezas en el que las ausencias conviven con el ahora.
Es un proceso de búsqueda y reencuentro. Búsqueda de sí y reencuentro con lo aparentemente olvidado. Es allá en la infancia donde están nuestros mayores tesoros. Es ella fuente de la que brota nuestra vida. La casa vuelve ¿bajo qué forma? Es la imagen poética el espacio que alberga los recuerdos. Es el cuerpo en el que revive aquella infancia. La imagen es presencia. Un estar aquí y ahora. Desnudos, libres de artificios cegadores que no hacen más que extraviarnos, somos lo que Hanni llamó la primera trama[1].
Yo no sabía
que había que hacer, y deshacer
como aun tejido
fiel
a una primera y única trama.
Quien pierde la trama primera está sin resguardo. Sin ella —en palabras de Gastón Bachelard— el hombre sería un ser disperso.”
He vivido una casa crepuscular y nocturna
casa doliente
oscilante entre la melancolía y la ebriedad. [2]
“He vivido una casa…” Es un modo peculiar de relacionarse. La casa deja de ser un bien material y pasa a ser una vivencia. Ella no estuvo sólo en la casa, la vivió, y cómo no, si esta casa es la primera experiencia. Pero tampoco hay estabilidad en esta casa. Está hecha de material fugaz, como la materia que conforma los recuerdos. Es casa que oscila entre la melancolía y la ebriedad. Esta ebriedad es la entrega a las fuerzas de la noche que invaden. En reposo estamos prestos a recibir, dejamos la oposición a lo desconocido.
Vi con asombro la amenaza
recibí el derrumbe
La casa ya no es; ahora sólo es recuerdo y a él nos aferramos. Escarbamos como inexpertos; siempre a tientas, sondeamos entre la oscuridad. Las formas olvidadas van retornando, no en líneas certeras, sino en sensaciones. Así configuramos el espacio de la intimidad: algunos colores y viejas esquinas sagradas.
Esos rosados, los verdes, el fucsia intenso
de corazón
el olor en cada cuarto
(…)
la tierra, el barro, los vinos
Es la dinámica del recuerdo. La imagen de la casa es la imagen de la casa sensorial, no la de la dirección y el número. Su identidad reside en las grandes pequeñeces del día a día. Su identidad es una melodía, algún rincón especial. Por eso, el recuerdo es un tanteo en la penumbra, un aproximarse. De tal modo, la casa de Altamira no tiene nombre, pero sí la identidad que otorga la sensibilidad:
Esa casa sin nombre
sonora, febril
verde y rosada
El rememorar lo perdido no siempre resulta feliz. Estamos conformados por pérdidas y ausencias. A veces no queremos recordar y colocamos una gruesa pared entre nosotros y el pasado, entre nosotros y nuestra casa original. En el poema Memoria leemos:
Es mejor
no tener ya más memoria
para el tiempo pasado
las casas, las filigranas, los helechos[3]
*Fragmento del ensayo publicado en la revista Agujero Negro. Nº6, Septiembre de 2010.
[1] Ossott, Hanni (1992); La primera trama. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.
[2] Ossott, Hanni (1992); La casa crepuscular. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.
[3] Ossott, Hanni (1989); Memoria. En Cielo, tu arco grande.
[4] Ossott, Hanni (1992); Prólogo. En Casa de agua y de sombras. Caracas: Monte Ávila Editores.
miércoles, 21 de marzo de 2012
Variaciones
Para Joussette Rivodó, por el terror de la Magnolia
*
Cuando creo nombrar al mundo, son dos los elementos que entran en tensión: mi yo, que quiere imponerse ante lo desconocido y “ser” sobre todas las cosas; pero también entra en juego mi temor: no poderme “hacer” del mundo. Es decir, enviarlo lejos con tan sólo abrir la boca y quedarme con mi pobre palabra.
*
Pero también está el riesgo, la brecha; que bien puede ser pequeña zanja o bien puede transfigurarse en oscuro abismo. Es un terror vespertino; viene a la hora de las formas inciertas. Entonces, la palabra no es suficiente y nos toca señalar con el dedo para dar fe de lo que estamos nombrando.
*
Yo no quepo en la palabra. Soy un además; el trazo después de la última letra.
*
Dice Kafka, “cuando la desesperación resulta tan definida, tan vinculada a su objeto, tan contenida (…) entonces no es la verdadera desesperación”.
*
Salgo al encuentro de mi cuerpo y descubro que no soy yo. Él, mi cuerpo, no es yo. Yo soy esto; soy este pronombre. En cambio él, mi cuerpo, es saliva, sangre… Me siento satisfecha; gobierno mis dos letras; extensión suficiente para poder “estar”.
*
Si mi palabra miente, si me engaña, si oculta lo que está fuera; entonces, callo y escarbo.
*
Digo palabra y empuño un cuchillo; rasgo el vacío. No se trata de violencia; es un conjuro: la epifanía del mundo tras la herida que dejo.
*
Pero las cosas están acechando. Ante ellas la palabra es tímida, débil: siempre habrá un domingo con un verde del que no podremos hablar.
*
Todo está dado y, sin embargo, el vacío.
*
¿Podré, alguna vez, develarle a alguien la imagen que ha visto toda su vida?
domingo, 11 de marzo de 2012
Del relato o lo que ya fue: del movimiento de Blanchot a la esfera de Cortázar*
Decimos problema porque esta visión sobre el relato es riesgosa: los tiempos verbales —sólidas islas— se ven trastocados por un movimiento impreciso. Tal es el movimiento del relato que va hacia un punto que parece haber sido alcanzado, pero que a su vez posibilita lo que será.
El relato es lo que ya fue. Pero aún cuando esta premisa sea escrita en pasado (ya fue) la realización del relato sólo es posible en este gerundio (en el movimiento): el relato —agregamos— se está haciendo a sí mismo, haciendo real lo que ocurrió, en una mecánica perfecta en la que ya nada queda fuera del relato; ya nada fuera de él es real. Esto lleva a Cortázar a sentenciar: Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí. El relato da su regla y no acepta ficciones fuera de ella.
Es este momento de plena libertad en el que el relato es y ya no tiene otro asidero que él mismo. Esto que Julio Cortázar llama la autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón en la pipa de yeso.
Ahora bien, regresemos al movimiento. Hemos dicho que va hacia un punto que ya ha sido logrado. Aquí aparece la forma del relato; su movimiento hacia sí no brinda una imagen: la esfera.
Explica Cortázar que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla.
En ambos casos la evocación está presente; se trata de darle lugar al relato, lugar y ritmo; también estructura. De tal modo que la dinámica del relato es la reminiscencia.
lunes, 27 de febrero de 2012
Nuestra imagen

Nuestra imagen, desde luego, no es una; nuestra imagen se propaga como griega sobre pared a punto de venirse abajo; nuestra imagen emergió desde la crisis; nuestra imagen es siempre otra imagen y otra y otra; nuestra imagen amenaza con explotar todo el tiempo; es una inminencia, un presagio, un mal augurio.
La ética de nuestra imagen quebró hace rato la pendejada de lo correcto y lo errado; de hecho, quebró y rehízo todas las dicotomías: se las tragó una a una, las devoró y las escupió sobre una pared. La ética de nuestra imagen es nocturna y marcha a tientas, con sigilo; también es diurna; mantiene vigilia mientras los desprevenidos duermen: es alerta, señal, alarma, ¡no disparen! ¡Cuidado…!
El tiempo de nuestra imagen es el de “¡corre!, ya es tarde”; ella va de regreso, viene apresurada, va en la vanguardia, sale a nuestro encuentro: nos mira y da media vuelta: guiño de ojos, grito, bofetada.
Nuestra imagen está-ahí; arrastra un pasado opaco y espeso. No tiene presente: ella es presencia. Anuda, ata, desata y remata a destiempo los deseos y las frustraciones.
Es punto de (des)encuentro en la trama cotidiana. No está alineada; ni izquierda, ni derecha, es descentrada. Mira su ombligo y no se encuentra.

Es un gran sí, no titubea, no duda. Redonda, nuestra imagen es redonda; camina sobre sus pasos. Su verdad está-ahí. Sin misterio, convoca todos los silencios. Es un coro mudo. También grito ahogado por las sirenas. Bala mal dirigida que da en el blanco.
Indecente en la mañana; modesta entre el humo y el sol de medio día; tímida lucidez por las tardes; revelación y resplandor de media noche. Antes de que cante el gallo lo habrá dicho todo.
domingo, 26 de febrero de 2012
Bolaño, insufrible*
En todo caso, estamos frente a literatura latinoamericana ¿por qué digo esto? Sólo un exiliado en su propia tierra, sólo un dos veces expulsado, como ya diría Carlos Fuentes, puede hablar de Latinoamérica. A Bolaño lo echaron del edén, también de alguna parte. Recuerdo el discurso que dio por el otorgamiento del Rómulo Gallegos; el tipo jugaba con la feliz idea de que Caracas y Bogotá fueran la misma cosa. Qué más da aquí o allá.
El discurso delirante de Bolaño lo llevó a ciertas afirmaciones de los mal nacidos en este subcontinente, por ejemplo, “Pobre negro, de don Rómulo, es una novela eminentemente peruana. La casa verde, de Vargas Llosa, es una novela colombiano-venezolana. Terra nostra, de Fuentes, es una novela argentina y advierto que mejor no me pregunten en qué baso esta afirmación porque la respuesta sería prolija y aburridora.” Sí, prolija y aburridora, para qué intentar explicar lo que todos presentimos con horror secretamente: Qué más da aquí o allá.
¿Qué hace alguien que le da igual aquí o allá? Es claro: busca. Y tenemos a Ulises Lima y Arturo Belano buscando al fantasma de Cesárea Tinajero; tenemos luego a Belano, de regreso en el DF, buscando a Lima veinte años después; Tenemos a Lima muerto y dos obesos discípulos; tenemos un tipo clase media tratando de hacer suyo un cuento de Borges para conseguir “su destino sudamericano”; tenemos a un gringo —un tal Jim— llorando en una sucia esquina de la capital proscrita (México DF) porque ha descubierto la quintaesencia de mano de un malabarista.
Tenemos a un detective buscando al asesino de su especie para finalmente entender que es miembro de una especie asesina de ratas. Asesinos que también aplauden a los músicos y lloran en el teatro. Asesinos que saben de la soledad del poeta —que está confundido y sólo quiere afecto—; tenemos esa cosa maldita que trae ya Borges: la inminencia ¿pero de qué? del horror. Sí, del horror. Lo que en Borges es decisión, es decir, no a la revelación: pacto de los personajes con el milagro (El Aleph; La escritura del dios), en Bolaño es simplemente punto y final. La inminencia del desastre no se cuenta: el Secreto del mal, sigue a salvo. Al final, el que busca aquí o allá, ese detective salvaje, se pregunta un 15 DE FEBRERO: ¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA VENTANA?
domingo, 12 de febrero de 2012
A propósito de la realidad poética (Szymborska y Rumi)
Hay un poema de Wislawa Szymborska titulado La realidad. Pero no nos engañemos, este poema es una metáfora de la imagen poética, asociada con lo circular, con lo oracular; una imagen que se cierra sobre sí misma. Su presencia nace con la palabra y no; muere con la palabra y no. Cuando Szymborska dice “la realidad se define a sí misma, /por eso es mayor su misterio”, estamos ante la realidad como poesía. Mientras los sueños se disgregan y uno, pobre exegeta, los corretea en busca de no sé qué verdad interior, la realidad, tan nuestra, tan próxima, es misteriosa.
Pero no se trata de un misterio por ocultación; este misterio está expuesto. La realidad está allí; como un bajo continuo barroco, ella persiste, clara y misteriosa. Los sueños exigen interpretación, nos interpelan, pero cuando la realidad se muestra es una gran afirmación. Mas, su Sí es grande, precisamente, porque su No también posee justa dimensión. No son dicotomías. Las fuerzas en tensión, aun cuando están en la misma proporción, no se anulan.
Del encuentro entre lo uno y lo otro, dice Szymborska, “surge un acertijo/que no tiene solución.” La realidad encarna pregunta y respuesta, justo allí está su semilla poética. Ella cohesiona tanto lo uno como lo otro: “mariposas” a la par de “almas de viejas planchas” ¡Qué está fuera de lugar en el orden de lo real!
Los sueños son siempre gozosos. En el goce se da cuenta de una pérdida. No en la realidad, lugar en el que siempre todo está. Porque todo es el resultado del encuentro de lo uno y lo otro. Así que el tiempo de la realidad, como el de la imagen poética, jamás será el pasado, tampoco porvenir. Bien lo recuerda Lacan, con un ingenioso juego de palabras: la realidad es lo no-posible porque lo posible es lo que podría ser y la realidad, por el contrario, es.
La realidad poética no nace con el poema (y sí). Borges, con la claridad que lo cegó, decía que la poesía está al acecho, en cualquier esquina; Szymborska lo sabe y, aún más, declara lo inevitable del encuentro poético: “No hay escapatoria, /la realidad nos acompaña en cada huida.”
El encuentro de realidades en la imagen poética siempre será eso: un encuentro. Pero no se trata de una plácida conjunción de elementos. En la imagen hay una violencia; su interior está agitado por las tensiones. Quizá la máxima conmoción sea entre aquello que es y lo que no es. Ajeno a la tradición de Parménides, leemos el siguiente verso del místico persa Yalal Al Din Rumi: “Estoy arrasado por una inundación/ que aún no ha sucedido”. Futuro, presente y pasado quedan abolidos en esta sentencia. Abolidos y, sin embargo, persisten. Abolidos y con ello sobreviene el equilibrio ¡la imagen triunfa! Persisten y de allí la tensión y el desasosiego ¡la imagen tiembla!
Mientras que Szymborska distingue lo real de los sueños, Rumi nos dice “No reconozco la diferencia/entre la invención y la realidad” aquí, felizmente, como dice Octavio Paz, ha cesado la enemistad entre lo diferente. Entramos en un reino que, aunque indistinto, posee su claridad. Pero esta claridad trae consigo su noche y Rumi, iluminado por su encuentro con lo divino, sabe que también es sombra: imagen de un cuerpo.